“Mi pueblo ha vivido tiempos de paz y de guerra, pero nada
comparable a la oscura tormenta que ahora sacude con violencia el corazón de
mis hermanos.
Completamente rodeado de gritos de rabia. La sangre se mezclaba
con la tierra e impregnaba las armas y los rostros de quienes las empuñaban. Todos
corrían hacia delante, enfervorecidos, los unos contra los otros, chocando
bruscamente. Apelmazados, coléricos, irracionales. Creí ser el único en sentir
miedo. Empujado a luchar por algo que no lograba entender me vi solo en mitad
de una muerte segura. El filo de un hacha que erró en su objetivo rozó mi
hombro. Al frente otra se aproximaba sentenciadora desde el cielo. No sé cómo
reaccioné a la velocidad de aquel golpe. Con un giro hacia mi derecha le asesté
un hachazo certero sobre su cuello. Me sentí aterradoramente vivo cuando
arranqué la hoja ensangrentada de la carne. Fuego en mis manos, fuego en
mis ojos, fuego en mi pecho. No tardé en correr contra el siguiente envuelto en
una llamarada de poder con la que partí su cara en dos. El sonido del hueso quebrándose acrecentó mi sed. Una sombra oscura teñida de rojo se apoderó de mi voluntad. Arremetí hasta el final, uno
a uno, uno tras otro. No pude parar. Ruido e imágenes en negro. Gritos de dolor.
Confuso, con la respiración acelerada, quieto. Miré a mi alrededor, pocos
quedamos. No se escuchaba ningún canto a la victoria. Montañas de cadáveres se
apilaban a lo largo y ancho de aquella llanura. Quedó algo parecido al silencio.
Cuerpos jadeantes, exhaustos y vacíos. Todos nos observamos sin saber qué
hacer. Las manos me temblaban, el alma me pesaba. Algo estaba claro, bajo aquella
tormenta que nublaba nuestro juicio y secaba nuestro corazón no había
ganadores. Aquel día marcó la historia de nuestra gente.”
- Zoru, acércame el cuenco. –
dijo Gork’tar mirando a Zoru a los ojos. Lo conocía bien, sabía que estaba
inquieto y no era para menos.
Los Alfa estaban reunidos alrededor
del fuego como la tradición manda. Había temas importantes que tratar y el Alfa
Gris convocó a todos. La luz de aquellas llamas iluminaba por igual los rostros
de los Hermanos, hombres corpulentos de gran tamaño, prominentes mandíbulas,
imponentes manos y afilados colmillos. La noche estaba tranquila y cálida. A lo
lejos se escuchaban los aullidos de los lobos. La luna lucía completa sobre sus
cabezas.
- El clima está cambiando, lo
noto en el bosque. Los árboles están muriendo, los ríos se están secando. –
dijo Zoru preocupado mientras le acercaba el cuenco a Gork’tar.
Gork’tar y Zoru eran jóvenes Alfa,
cosa rara de ver en las tribus. Normalmente uno llega a ser Alfa en la madurez de su vida. Un Alfa es un varón fuerte, pero sobre todo es sabio y
tiene la confianza y el respeto de sus hermanos. Normalmente los Alfa suelen ser largas generaciones de padres e
hijos, los genes son fuertes en su raza, pero no siempre es el caso. Su valor y su experiencia son los motivos comunes que los llevan a sentarse junto al fuego. Sin lugar a dudas los Alfa más
venerados eran aquellos que lideraron a su gente en tiempos de guerra.
Afortunadamente muchos años habían pasado desde la última. El único con la memoria
suficiente para recordar la última se hallaba a la cabeza del grupo, el Alfa
Gris, Maoronto.
- Es cierto que algo ocurre en el
bosque. – dijo Maoronto con la serenidad que le caracterizaba. – El mundo está
en constante cambio, nosotros debemos saberlo bien. Es por eso que debemos ser
precavidos.
- Entonces… ¿qué debemos hacer?
Cada vez hay menos animales que cazar y menos frutas que recolectar. – dijo
Zoru.
- Esperaremos. – respondió
Maoronto.
- Llevamos esperando meses y cada vez va a peor. Llegará un
momento que no habrá comida suficiente para todos. Mi gente empieza a sufrir las
consecuencias de estas reuniones sin sentido. Seguir esperando no es la
solución y...
- ¡Maoronto es nuestro líder! – Kairon’tar, Alfa de Mareas del Este e hijo del anterior Alfa Gris, rompió su silencio desafiante. – Gracias a él estamos aquí, no lo olvides Zoru.
- ¿Y qué le digo a mi gente
cuando vuelva? – alzó Zoru la voz aceptando el desafío. – ¿Para eso nos has vuelto
a reunir? ¡He recorrido un largo camino y no será solo para escuchar que la
solución es seguir sentado mientras se tratan otros temas sin importancia!
Kairon’tar agarró fuerte su vara
apretando fuerte los dientes y hinchiendo su pecho contenido de rabia.
- Entiendo tu preocupación Zoru.
– respondió impasible Maoronto, lanzando con mirada firme y serena un mensaje de paz impuesta a los ardientes ojos de Kairon’tar. – Las aldeas del norte están siendo las más afectadas, en especial
Pielesnegras. Entiendo el dolor que sientes, pero no sabemos qué hay detrás de esto. Teara
es sabia, debemos dejarle a ella que haga.
Teara era el nombre que le
otorgaron a la madre del bosque, de la tierra, de los ríos y de los lagos.
Creían en ella como la diosa que todo lo une y lo sustenta. Las historias
hablaban de su poder infinito e imperecedero. Una diosa que, aunque decían no
tener forma, algunas lenguas juraban haberla visto. Sin embargo, las palabras de
Maoronto no sofocaron el sufrimiento de Zoru.
- ¿Qué diablos opináis el resto?
¿No tenéis nada que decir? ¿Gork’tar? ¿Huon? ¿Kerk’tar? ¿Nadie? – Zoru no encontró respuesta – Miraos...
Nadie habló. Muchos de los allí presentes sentían el mismo dolor que Zoru, pero su lealtad hacia
Maoronto era inquebrantable. Gork’tar agachó la mirada al fuego.
- Aunque eres Alfa de tu pueblo desde
hace ya cinco años aún eres joven. Tienes mucho que aprender Zoru. Por favor,
siéntate nuevamente con nosotros. – concluyó Maoronto.
- No... – respondió Zoru
conteniendo una rabia que crecía por momentos. – Tú ya has tomado tu decisión
Maoronto, ahora yo tomaré la mía… por mi gente.
Sin esperar a que amaneciera emprendió su vuelta a casa. La oscuridad en las tierras de
Maonon no era amiga de los Hermanos.