Ante mis ojos quietos, el tiempo pasa extraño
dejándome con la sensación de haber perdido algo en su transcurso.
La luz de la lámpara, que descansa sobre mi
mesa, alumbra tenuemente mi discreto cubículo. Mis ojos luchan contra sí mismos
y mi mente intenta salir de una espesa niebla que la hace divagar entre
pensamientos borrosos. Sé que debo parar, pero antes necesito llegar al punto y final en esa hoja de papel medio arrugada. Cansado de todo y con ganas
de nada, permanezco sentado en mi camarote. Espero a que llegue el momento, mientras, escucho el sonido de las olas y
cómo el mar me llama para que acuda a descansar entre sus brazos. En esta noche
con luna llena y plagada de estrellas la echo demasiado de menos. No podría sentirme
más solo. Deseo deshacerme del peso que cargo sobre mis hombros y así poder
descansar, flotar como un diente de león con la suave brisa de un cálido día de
verano. Quiero huir lejos de este lugar y tan solo veo una manera de hacerlo,
pero no quiero irme hasta plasmar mi último aliento sobre lo que será el último
testimonio de este viejo peregrino. El pulso me tiembla por alguna razón
que desconozco, quizás mi cabeza me esté jugando una mala pasada, o quizás sea
obra del corazón, ya no soy capaz de distinguirlo. Una lágrima, que nace en mis
ojos, se desliza suavemente por mi mejilla y termina muriendo sobre el papel,
mientras se oye el caminar de las manijas de un viejo reloj de cuco que está colgado
en la pared. Finalmente, mi alma impregna en forma de charco el escrito
quedando una pequeña parte de mi ser encerrada en él. Son tantas veces las que
he imaginado este momento que no sé si soy consciente de lo que va a ocurrir. El
tiempo, que unas veces caminó junto a mí pareciendo ser mi enemigo, se ha
convertido en mi más preciado amigo. Con su poderosa e inadvertida presencia me
ha consumido hasta convertirme en lo que ahora soy, un viejo y débil cascarón
vacío lleno de experiencias, amor y dolor.
Habiendo trazado el punto final me dispongo a
volver a su lado. Apenas puedo concentrarme en el ruido de las olas, no soy capaz de apreciar lo que me rodea, todo se vuelve
borroso. Poso lentamente mi cuerpo sobre el respaldo de la silla. Hace frío y
de entre mis labios se puede apreciar cómo escapa mi aliento haciendo formas efímeras.
Siento cómo poco a poco mis pies vencen a sus cadenas. Nunca imaginé lo
liberador que podía ser. Me siento aliviado. Me hubiera gustado poder seguir adelante, pero no pude y no puedo. A medida que cierro los ojos su imagen
aparece tan nítida que pareciera que pudiera tocarla. Está tan guapa con esa sonrisa cálida y embriagadora y esa mirada tan dulce. Es
preciosa. Lo que un día el mar me dio, otro me lo arrebató y ahora es el turno de que lo devuelva a mis brazos. Me despido sin
remordimientos y dejando detrás de mí la prueba de cuánto la quise y cuánto la
quiero. Adiós.
“Algo acaba y algo comienza en aquel
camarote, la historia de un hombre vencido por la edad y sus experiencas".
Ante mis ojos quietos, el tiempo pasa extraño diciéndome bajito al oído que se
ha acabado.