domingo, 28 de agosto de 2016

Un anillo y dos rosas

¿La echas de menos?
No hay un solo día que no piense en ella. Lo sé, tú también, sé que la querías con todo tu corazón. Ya me lo decía tu abuela, la vida no es justa. Nunca imaginé que llegara a tanto.
Hay mucha calma en la habitación. A tu madre le encantaba cuando te contaba mis historias, decía que lo hacía muy bien. Acababa siempre por escucharlas junto a nosotros, acostada a tu vera, y eso que soy muy repetitivo.
¿Alguna vez te he contado cómo conocí a tu madre?
Yo era muy joven, repartía el correo en bicicleta. Fue un momento que quedó grabado a fuego en mis retinas. A día de hoy lo vivo con la misma intensidad. Ahora que tengo los ojos cerrados es como si volviera allí.
La historia es que el buzón de la casa donde tu madre vivía desapareció, pienso que algún vándalo se lo llevaría. Nunca llegué a darle las gracias. Era una pequeña casa blanca de dos plantas con jardín, muy bonita. Como no tenía dónde dejar la correspondencia me acerqué y llamé al timbre.
Te digo esto con el corazón en la mano, nunca pensé que las puertas del cielo estuvieran tan cerca. Podría haberme abierto su padre, pero aquel día estaba escrito en el destino. Un pequeño ángel de pelo castaño y fino como la seda apareció al otro lado de la puerta. Tampoco llevaba nada especial, pero aquellos grandes ojos color de otoño me quitaron el aliento. Para rematar la faena se le escapó una risa.
Nunca se lo llegué a preguntar, pero creo que fue por la cara de tonto que seguro se me quedó al verla. Tú ya sabes cómo me gustaba esa paleta medio torcidita de tu madre. Aunque se molestara cuando se lo decía, le hacía una sonrisa preciosa. Desde aquel día alguien casualmente se encargó de que aquel buzón nunca apareciera.
Hoy día las cosas son diferentes, apenas se escriben cartas y todo está informatizado. Es solo mi opinión, pero creo que se está perdiendo el romanticismo. En mis tiempos había pocos ordenadores y hacían solo una o dos cosas, hoy parece que te hagan hasta el desayuno. La tecnología ha avanzado mucho, pero si te digo la verdad, ahora veo más problemas que antes.
Después de eso le fui escribiendo cartas anónimas, una tras otra, cada semana. Por supuesto, se las entregaba personalmente. Un día, no sé cómo, tuve el coraje de poner mi nombre en una de ellas. A la semana siguiente fui yo quien recibió una carta. Esas cosas se han perdido. Es una pena, las parejas ya no son como antes.
La vida corre muy deprisa y encima ahora está todo lleno de luces, ruidos y colores centelleantes. Así es normal que vayáis tan confundidos. Los colores que más me gustaban eran los que llevaba tu madre. Siempre llevaba rosas consigo, en el vestido, en los pendientes, a veces parecía que las llevara en la piel.
En nuestra primera cita parecía que las llevara por todas partes. Cada vez que se movía un poco desprendía su fragancia. Desde luego era mi perfume favorito.
Creo que se nos está acabando el tiempo, estoy escuchando a los médicos. ¿Me agarras la mano?
Hablando de mano, le pedí la mano en el retiro, subidos a un bote. Le regalé un ramo con una tarjeta en la que se podía leer, “Eres la única rosa que nunca marchita y siempre huele a primavera, no quiero más flores en mi vida, tan solo responde una pregunta…”, saqué el anillo y se lo solté, y ella me dijo que sí, y casi me caigo al agua de la emoción. No ha existido otra compañera en mi vida como ella. Estos son los pequeños momentos que dan sentido a la vida. Olvídate de las tonterías, que hay muchas, y céntrate en lo importante, las personas. Rodéate de buenas personas.
2 de febrero, el día que supimos que ibas a venir al mundo.
Perdimos a tu abuela. No hay un solo día que no piense en ella. Ya me dijo más de una vez, no sabrás lo que tienes hasta que lo pierdas. No sabía realmente lo que significaba hasta que pasó. Era la mujer más sabia que jamás he conocido. He tenido presente en tu educación cada una de sus enseñanzas. Ojalá la hubieras conocido.
Al cabo de unos días tu abuelo se vino a vivir con nosotros. Cuando naciste le diste color a su vida, tendrías que haber visto su cara cuando te vio. Se le veía tan viejo a tu lado. Me demostraste que me equivocaba, pensaba que no habría más flores en mi vida y aquí estás. Tienes la misma sonrisa que tu madre.
Acaba de llegar el médico. No te pongas nerviosa. Tarde o temprano tenía que pasar. Estoy muy orgulloso de tí. Eres una mujer fuerte.
Estás temblando. Parece mentira el tiempo que ha pasado ya, parecía ayer cuando me llamaste papá por primera vez. Colegio, instituto, universidad. Qué rápido pasa todo. Ya me lo decía tu abuela, he viajado por todo el mundo, desde Argelia a Canadá, hasta el este de Europa, y puedo decirte que solo hay una cosa más valiosa que el oro y que nunca regresa, el tiempo.
Espero que no me esté escuchando tu madre, pero eres incluso más bonita que ella. A ver si ahora que nos volvemos a ver me va a dar un cosqui.
Creo que voy a tener que ir despidiéndome cariño,
noto más flojito el corazón,
¿me agarras la mano?
No te enfades con el mundo.
No te pongas triste por mí. Tú solo no sueltes mi mano. ¿Me echarás de menos?
Ojalá pudiera verte,
ojalá pudieras oírme.
Noto más flojito el corazón.
¿Alguna vez te he contado cómo conocí a tu madre?



jueves, 25 de agosto de 2016

Con el corazon en un puño

Con el corazón en un puño y la mente agitada
Siento que necesito escribir estas líneas
Porque quiero apretarlo aunque me haga daño
Y es por eso que escribo antes que morir en mis propias manos
Duele cuando te extraño, solo quiero apretarlo
Y lo aprieto porque quiero sentirlo
Y duele como nunca antes lo hubiera imaginado
Viajo a través de la tinta en busca de una voz amiga
Porque el papel siempre escucha
Se deja marcar en la blancura de su alma
Y recoge las lágrimas que más pesan
Y es por eso que escribo
Porque no sabría hacia dónde ir
Ni sabría con quién hablar
No encuentro descanso en la noche
El tiempo se vuelve material y se puede romper en mil pedazos
El sol se ha puesto
Ha caído en un profundo sueño y no ha vuelto a despertar
Yo sigo aquí, sentado junto a una vela
Esperando a que se encienda una estrella
Escribiendo con el corazón en un puño