jueves, 13 de marzo de 2014

Pirata a bordo

Soy el capitán de este barco
Navío que viaja a la deriva
Perdido me hallo en este charco
La flota a la que sirvo yace hundida

Cruel pirata al que obedezco hace tiempo
El botín se quedó para él
En su bando impera la "ley del silencio"
Menos los que comen de su mantel

Veneno en su lengua y mirada felina
Jura a la cara el oro y el moro
Palabras vacías, más bien asesinas
A espaldas su espada traspasa los poros

La sangre da paso al dolor y la angustia
Mientras busco una orilla con fe
Mi barco fantasma, mi mente ya mustia
Por años de darlo todo y ser fiel


La corriente me aleja de lugares que una vez soñé, mientras otros piratas se hacen con los trozos de mi pastel...

jueves, 6 de marzo de 2014

El último aliento

El ruido enfervorecido de la gente se apagaba poco a poco como una llama se consume cuando es cubierta. Al pasar al otro lado dejamos tras las paredes los voceríos y todo lo que le acompañaba. Aún así sabíamos que seguiría ahí cuando volviéramos. Aquel era nuestro santuario, ese sitio que solo un gran equipo llega a tener, un lugar de todos y para todos en el que ser fuertes era la única opción a elegir. El parquet impregnado con el sudor de cada entrenamiento, las infinitas fotografías reproducidas por nuestras mentes de momentos como el que estábamos viviendo, las horas y horas de sufrimiento para que llegara ese día no eran suficientes. Ese era el día de la verdad, un día que mostraría al mundo el tipo de material del que estábamos hechas.
Al dejar atrás la puerta nos sentamos ocupando nuestro lugar en el vestuario. El agotamiento que sufríamos y el dolor que sentíamos en nuestros cuerpos eran inevitablemente evidentes. No podía parar de jadear, mi cuerpo me pedía a gritos una tregua que mi mente trataba de no negociar. No cruzamos palabra entre nosotras. Entonces, llegó el entrenador dejando pasar por unos instantes el fuego de los aficionados que prendía a lo lejos. La verdad era que quemaba como si lo tuviésemos al lado. Entró en silencio, tiró la tablilla al suelo, casi dejándola caer, y nos miró una a una, de izquierda a derecha. Una firme sentencia.
– No puedo creer lo que estoy viendo… No puedo creerlo. – dijo con enfado y a su vez decepción. – ¿Alguien puede contestarme por qué? – sus palabras eran claras a la vez que confusas. – ¡He dicho que si alguien puede decirme el por qué! – repitió alzando el tono de voz.
No nos atrevíamos a contestar, o quizás no teníamos suficiente aliento para hacerlo.
– El partido está ahí y parece que no nos damos cuenta. Hemos bajado los brazos, no defendemos, no atacamos, ¡no hacemos nada!
Cabizbajas admitimos con nuestro silencio la cruda realidad, no nos merecíamos mejores palabras y menos aún el título.
– ¿Por qué no soy capaz de reconocer a ninguna de las personas a las que estoy mirando?
Podía sentir la vergüenza ocupando todo mi cuerpo.
– Este no es el equipo que ha estado trabajando durante un maldito año para poder llegar a conseguir esta maldita oportunidad, esto que estamos viviendo nos lo hemos ganado a pulso.
Me ardían los pies y se me secó la boca de golpe.
– Estas no son las caras de mis jugadoras, no sé quiénes sois ahora mismo, no os reconozco, no soy capaz.
Aguantó demasiado tiempo plantado en el sitio, no pudo evitar empezar a caminar de un lado para otro movido por la desesperación.
– Yo os he visto llorar, os he visto reír, luchar, pelear, hasta gritar de dolor, pero nunca os había visto desistir… hasta ahora. Hemos llegado hasta aquí y parece que no os importa, parece que ya está, que se acabó, que esto es todo. ¿Lo habéis decidido vosotras solas? ¿Hemos alcanzado el cielo para quedarnos a las puertas del paraíso? ¿Es eso?
La tensión podía cortarse con un cuchillo. En seguida volvió a plantarse y permaneció quieto, con los brazos en jarra, observándonos durante unos segundos en silencio y con gesto serio. Su actitud me estremecía hasta hacerme temblar las piernas, sentía unas ganas tremendas de llorar.
– Pues no voy a permitir que os rindáis, no hoy, ¡no! – su voz empezó a encenderse y a cubrir cada centímetro del vestuario. – Miradme, sé de lo que sois capaces. Sois capaces de esto y más. ¡Joder! He visto como os golpeaban y aguantabais, sangrabais y continuabais, os tiraban y os levantabais. Vosotras podéis ganar, porque sois ganadoras… No tengo la menor duda de que lo sois, pero no lo estáis demostrando. Permitidme que os haga una pregunta. ¿De verdad pensáis que seréis capaces de salir ahí fuera y no demostrar realmente quiénes sois? ¿Creéis que podréis vivir el resto de vuestras vidas sabiendo que no lo disteis todo, que no entregasteis hasta el último suspiro, que no corristeis hasta caer desvanecidas por el cansancio? ¿De verdad creéis que podréis hacerlo? Este es nuestro santuario, nuestra casa, nuestro segundo hogar, aquí hemos crecido juntas en la adversidad y hemos alcanzado metas que otros decían que nunca alcanzaríamos. Sé que estáis muy cansadas, que la temporada ha sido larga, que ha sido dura, os comprendo, pero tan solo estamos a un paso, un solo paso. Al otro lado de esa puerta se encuentra nuestra recompensa. No importa qué números ilumine el marcador al final del partido, porque nosotros ya somos campeones, vosotras ya sois campeonas. Los verdaderos ganadores son aquellos que desean con toda su alma ganar y hacen todo lo que tienen en su mano para conquistar la victoria. No importa la diferencia que marquen unos estúpidos números, la diferencia la marcamos nosotras. Alzad esas cabezas guerreras. Yo sé bien qué va a pasar en esta segunda mitad y vosotras también lo sabéis, podéis verlo en mis ojos y yo puedo verlo en los vuestros. ¡Joder que si puedo verlo! Veo pasión, sacrificio, confianza, magia, amor, superación, veo fuego. Chicas, levantad esos culos y juntémonos todas en el centro. Que nuestra voz ahogue el ruido de los tambores. Demostradles a los demás lo que sois.
           – ¡1, 2, 3…! – y en nuestros corazones retumbaron trece rugidos inquebrantables de trece leonas.
Al final no nos hizo falta más que ser quiénes éramos, un equipo, guerreras, hermanas,  leonas, campeonas.