El ruido enfervorecido de la gente se apagaba
poco a poco como una llama se consume cuando es cubierta. Al pasar al otro
lado dejamos tras las paredes los voceríos y todo lo que le acompañaba. Aún
así sabíamos que seguiría ahí cuando volviéramos. Aquel era nuestro santuario,
ese sitio que solo un gran equipo llega a tener, un lugar de todos y para todos
en el que ser fuertes era la única opción a elegir. El parquet impregnado con
el sudor de cada entrenamiento, las infinitas fotografías reproducidas por nuestras
mentes de momentos como el que estábamos viviendo, las horas y horas de sufrimiento
para que llegara ese día no eran suficientes. Ese era el día de la
verdad, un día que mostraría al mundo el tipo de material del que estábamos
hechas.
Al dejar atrás la puerta nos sentamos ocupando
nuestro lugar en el vestuario. El agotamiento que sufríamos y el dolor que
sentíamos en nuestros cuerpos eran inevitablemente evidentes. No podía parar de
jadear, mi cuerpo me pedía a gritos una tregua que mi mente trataba de no
negociar. No cruzamos palabra entre nosotras. Entonces, llegó el entrenador dejando pasar por unos instantes el fuego de los aficionados que prendía a lo
lejos. La verdad era que quemaba como si lo tuviésemos al lado. Entró en
silencio, tiró la tablilla al suelo, casi dejándola caer, y nos miró una a una,
de izquierda a derecha. Una firme sentencia.
– No puedo creer lo que estoy viendo… No
puedo creerlo. – dijo con enfado y a su vez decepción. – ¿Alguien puede
contestarme por qué? – sus palabras eran claras a la vez que confusas. – ¡He
dicho que si alguien puede decirme el por qué! – repitió alzando el tono de voz.
No nos atrevíamos a contestar, o quizás no teníamos suficiente aliento para
hacerlo.
– El partido está ahí y parece que no nos damos cuenta. Hemos bajado
los brazos, no defendemos, no atacamos, ¡no hacemos nada!
Cabizbajas admitimos
con nuestro silencio la cruda realidad, no nos merecíamos mejores palabras y
menos aún el título.
– ¿Por qué no soy capaz de reconocer a ninguna de las
personas a las que estoy mirando?
Podía sentir la vergüenza ocupando todo mi
cuerpo.
– Este no es el equipo que ha estado trabajando durante un maldito año
para poder llegar a conseguir esta maldita oportunidad, esto que estamos
viviendo nos lo hemos ganado a pulso.
Me ardían los pies y se me secó la
boca de golpe.
– Estas no son las caras de mis jugadoras, no sé quiénes sois ahora
mismo, no os reconozco, no soy capaz.
Aguantó demasiado tiempo plantado en el
sitio, no pudo evitar empezar a caminar de un lado para otro movido por la
desesperación.
– Yo os he visto llorar, os he visto reír, luchar, pelear, hasta
gritar de dolor, pero nunca os había visto desistir… hasta ahora. Hemos llegado
hasta aquí y parece que no os importa, parece que ya está, que se acabó, que
esto es todo. ¿Lo habéis decidido vosotras solas? ¿Hemos alcanzado el
cielo para quedarnos a las puertas del paraíso? ¿Es eso?
La tensión podía
cortarse con un cuchillo. En seguida volvió a plantarse y permaneció quieto,
con los brazos en jarra, observándonos durante unos segundos en silencio y con
gesto serio. Su actitud me estremecía hasta hacerme temblar las piernas, sentía
unas ganas tremendas de llorar.
– Pues no voy a permitir que os rindáis, no
hoy, ¡no! – su voz empezó a encenderse y a cubrir cada centímetro del
vestuario. – Miradme, sé de lo que sois capaces. Sois capaces de esto y más. ¡Joder!
He visto como os golpeaban y aguantabais, sangrabais y continuabais, os tiraban
y os levantabais. Vosotras podéis ganar, porque sois ganadoras… No tengo la
menor duda de que lo sois, pero no lo estáis demostrando. Permitidme que os
haga una pregunta. ¿De verdad pensáis que seréis capaces de salir ahí fuera y
no demostrar realmente quiénes sois? ¿Creéis que podréis vivir el resto de
vuestras vidas sabiendo que no lo disteis todo, que no entregasteis hasta el
último suspiro, que no corristeis hasta caer desvanecidas por el cansancio? ¿De
verdad creéis que podréis hacerlo? Este es nuestro santuario, nuestra casa,
nuestro segundo hogar, aquí hemos crecido juntas en la adversidad y hemos
alcanzado metas que otros decían que nunca alcanzaríamos. Sé que estáis muy
cansadas, que la temporada ha sido larga, que ha sido dura, os comprendo, pero
tan solo estamos a un paso, un solo paso. Al otro lado de esa puerta se
encuentra nuestra recompensa. No importa qué números ilumine el marcador al
final del partido, porque nosotros ya somos campeones, vosotras ya sois
campeonas. Los verdaderos ganadores son aquellos que desean con
toda su alma ganar y hacen todo lo que tienen en su mano para conquistar la
victoria. No importa la diferencia que marquen unos estúpidos números, la
diferencia la marcamos nosotras. Alzad esas cabezas guerreras. Yo sé bien qué va a pasar en esta segunda mitad y vosotras también lo sabéis, podéis verlo en mis ojos y yo
puedo verlo en los vuestros. ¡Joder que si puedo verlo! Veo pasión, sacrificio,
confianza, magia, amor, superación, veo fuego. Chicas, levantad esos culos y
juntémonos todas en el centro. Que nuestra voz ahogue el ruido de los tambores.
Demostradles a los demás lo que sois.
– ¡1, 2, 3…! – y en
nuestros corazones retumbaron trece rugidos inquebrantables de trece leonas.
Al final no nos hizo falta más que ser quiénes
éramos, un equipo, guerreras, hermanas, leonas, campeonas.