¿La echas de menos?
No hay un solo día que no piense en ella. Lo sé, tú también, sé que la
querías con todo tu corazón. Ya me lo decía tu abuela, la vida no es justa.
Nunca imaginé que llegara a tanto.
Hay mucha calma en la habitación. A tu madre le encantaba cuando te
contaba mis historias, decía que lo hacía muy bien. Acababa siempre por
escucharlas junto a nosotros, acostada a tu vera, y eso que soy muy
repetitivo.
¿Alguna vez te he contado cómo conocí a tu madre?
Yo era muy joven, repartía el correo en bicicleta. Fue un momento que
quedó grabado a fuego en mis retinas. A día de hoy lo vivo con la misma
intensidad. Ahora que tengo los ojos cerrados es como si volviera allí.
La historia es que el buzón de la casa donde tu madre vivía desapareció,
pienso que algún vándalo se lo llevaría. Nunca llegué a darle las gracias. Era
una pequeña casa blanca de dos plantas con jardín, muy bonita. Como no tenía
dónde dejar la correspondencia me acerqué y llamé al timbre.
Te digo esto con el corazón en la mano, nunca pensé que las puertas del
cielo estuvieran tan cerca. Podría haberme abierto su padre, pero aquel día
estaba escrito en el destino. Un pequeño ángel de pelo castaño y fino como la
seda apareció al otro lado de la puerta. Tampoco llevaba nada especial, pero
aquellos grandes ojos color de otoño me quitaron el aliento. Para rematar la
faena se le escapó una risa.
Nunca se lo llegué a preguntar, pero creo que fue por la cara de tonto
que seguro se me quedó al verla. Tú ya sabes cómo me gustaba esa paleta medio
torcidita de tu madre. Aunque se molestara cuando se lo decía, le hacía una
sonrisa preciosa. Desde aquel día alguien casualmente se encargó de que aquel
buzón nunca apareciera.
Hoy día las cosas son diferentes, apenas se escriben cartas y todo está
informatizado. Es solo mi opinión, pero creo que se está perdiendo el
romanticismo. En mis tiempos había pocos ordenadores y hacían solo una o dos
cosas, hoy parece que te hagan hasta el desayuno. La tecnología ha avanzado
mucho, pero si te digo la verdad, ahora veo más problemas que antes.
Después de eso le fui escribiendo cartas anónimas, una tras otra, cada
semana. Por supuesto, se las entregaba personalmente. Un día, no sé cómo, tuve
el coraje de poner mi nombre en una de ellas. A la semana siguiente fui yo
quien recibió una carta. Esas cosas se han perdido. Es una pena, las parejas ya
no son como antes.
La vida corre muy deprisa y encima ahora está todo lleno de luces, ruidos
y colores centelleantes. Así es normal que vayáis tan confundidos. Los colores
que más me gustaban eran los que llevaba tu madre. Siempre llevaba rosas
consigo, en el vestido, en los pendientes, a veces parecía que las llevara en
la piel.
En nuestra primera cita parecía que las llevara por todas partes. Cada
vez que se movía un poco desprendía su fragancia. Desde luego era mi perfume
favorito.
Creo que se nos está acabando el tiempo, estoy escuchando a los médicos.
¿Me agarras la mano?
Hablando de mano, le pedí la mano en el retiro, subidos a un bote. Le
regalé un ramo con una tarjeta en la que se podía leer, “Eres la única
rosa que nunca marchita y siempre huele a primavera, no quiero más flores en mi
vida, tan solo responde una pregunta…”, saqué el anillo y se lo solté, y
ella me dijo que sí, y casi me caigo al agua de la emoción. No ha existido otra
compañera en mi vida como ella. Estos son los pequeños momentos que dan sentido
a la vida. Olvídate de las tonterías, que hay muchas, y céntrate en lo
importante, las personas. Rodéate de buenas personas.
2 de febrero, el día que supimos que ibas a venir al mundo.
Perdimos a tu abuela. No hay un solo día que no piense en ella. Ya me
dijo más de una vez, no sabrás lo que tienes hasta que lo pierdas. No sabía
realmente lo que significaba hasta que pasó. Era la mujer más sabia que jamás
he conocido. He tenido presente en tu educación cada una de sus enseñanzas. Ojalá
la hubieras conocido.
Al cabo de unos días tu abuelo se vino a vivir con nosotros. Cuando
naciste le diste color a su vida, tendrías que haber visto su cara cuando te
vio. Se le veía tan viejo a tu lado. Me demostraste que me equivocaba, pensaba
que no habría más flores en mi vida y aquí estás. Tienes la misma sonrisa que
tu madre.
Acaba de llegar el médico. No te pongas nerviosa. Tarde o temprano tenía
que pasar. Estoy muy orgulloso de tí. Eres una mujer fuerte.
Estás temblando. Parece mentira el tiempo que ha pasado ya, parecía ayer
cuando me llamaste papá por primera vez. Colegio, instituto, universidad. Qué
rápido pasa todo. Ya me lo decía tu abuela, he viajado por todo el mundo, desde
Argelia a Canadá, hasta el este de Europa, y puedo decirte que solo hay una
cosa más valiosa que el oro y que nunca regresa, el tiempo.
Espero que no me esté escuchando tu madre, pero eres incluso más bonita
que ella. A ver si ahora que nos volvemos a ver me va a dar un cosqui.
Creo que voy a tener que ir despidiéndome cariño,
noto más flojito el corazón,
¿me agarras la mano?
No te enfades con el mundo.
No te pongas triste por mí. Tú solo no sueltes mi mano. ¿Me echarás de
menos?
Ojalá pudiera verte,
ojalá pudieras oírme.
Noto más flojito el corazón.
¿Alguna vez te he contado cómo conocí a tu madre?