viernes, 14 de octubre de 2016

Cap. 5 "Por amor al arte"

Por amor al arte



La televisión estaba encendida con el canal de noticias 24 horas.
– Acércame la camisa.
– ¿Qué camisa?
– La que está a tu izquierda, tirada en el suelo.
– ¿Dices este trapo hecho una bola? Pensaba que formaba parte de la decoración.
– Dame. – dije cogiéndola de su mano y levantándome de la cama.
– Qué rápido te quieres marchar, parece que hallas pasado una mala noche. ¿Qué pasa, no te ha gustado? – su cuerpo, posado sobre la cama, permanecía desnudo suavemente acariciado por una sábana blanca impoluta que trepaba hacia su ombligo. El contraste que formaba con su piel era hipnotizador, a la vez que tentador.
– Si fuera eso, ten por seguro que ya no estaría aquí. – dije serio mientras me enfundaba la camisa de pie frente a la ventana. Las vistas que atravesaban los cristales, coches yendo y viniendo, me recordaban la poca repercusión que tenía la vida de Simon.
– Pues podemos repetir si quieres. Tengo la mañana libre. – su dedo índice se deslizó de forma exquisita entre sus pechos en dirección a su abdomen de puro chocolate con leche, una estrella fugaz en la noche.
– Y yo un asesinato a mis espaldas. – respondí mientras terminaba de abrocharme los puños de la camisa sentado a los pies de la cama.
Se retiró de entre las sábanas arrastrándose hacia mí con instinto felino, me rodeó con sus delictivos brazos por la espalda y acarició mi pecho descubierto por el hueco de la camisa. – Lo sé. Me acuerdo cada vez que te miro, que te huelo, que oigo tu voz.
– Tengo que irme. – aparté sus manos de mí, recogí mi chaqueta y me dirigí hacia la puerta.
– Pues yo voy a darme una ducha. – paseó sinuosa y vacilante hacia el baño, parecía estar pisando pétalos de rosa. A mitad de camino me lanzó una mirada sensual y provocativa que me invitó a acompañarla. Tuve que declinar la oferta.
– Por cierto Scarlett.
– Dime. – dijo desde dentro mientras encendía la ducha, obligándonos a ambos a hablar un poco más alto.
– ¿Sigue en pie lo hablado?
– Claro.
En ese preciso instante anunciaban el asesinato de Simon en la televisión.

martes, 11 de octubre de 2016

Un beso

Pienso
No sé qué hacer
No hago nada

No pienso
Te invito a un café
Te miro

No sé en qué pienso
Cuando no sé qué hacer con tus miradas
Cuando por un instante me abandona el alma

Pienso en besarte cuando me cruzo contigo
Sin embargo digo que estás preciosa con ese vestido
Y me quedo totalmente quieto

Me abruma darme cuenta que no tiene sentido
Pensar que no sé por qué digo lo que digo
Para después guardar mis deseos en secreto

Mil motivos tengo
Y pienso en hablarte
Y en volver a besarte
Un beso como nunca antes lo hizo nadie

Te tengo en las mañanas
Por un breve instante
Aunque no lo sepas

Me tienes bajo el manto oscuro de luces
Pensando
Quizás soñando

Nos tenemos
No como lo anhelo
Pero me es suficiente

Pienso fuerte
Hablo muy bajito
Espero

Maldito secreto
Pienso que haría cualquier cosa
Por atreverme a darte…




lunes, 10 de octubre de 2016

Cap. 2 "Venganza"

Venganza



La luz de la lámpara que colgaba del techo incidía próxima a la mesa dejando al descubierto poco más que mi rostro. El frío, gris y diminuto cubículo en el que me hallaba encerrado disponía de tan solo una mesa, dos sillas, una puerta y un gran espejo colocado en la pared, a mi izquierda. No hacía falta decir que al otro lado de aquel reflejo desolador apuñalaban observantes los acosadores ojos de la justicia. Entre una cosa y otra, y que los procedimientos policiales son algo lentos, ya era de noche. Llevaba no sé cuantos minutos esperando que algo pasara. Lo peor de aquello eran las puñeteras esposas. Quitando ese detalle, estaba como en casa. Me sentía sumergido en un pozo lleno de mierda en el que alguien me había ayudado a zambullirme. No soportaba tener que esperar allí solo, en silencio, sabiendo que en realidad no lo estaba, escuchando la nada y sus ruiditos y sintiendo el dolor de un cuchillo que se hallaba fortuitamente incrustado sobre mi espalda.
A pesar de sentirme cansado y frustrado, permanecí impasible ante mis oscuros pensamientos. Pura tranquilidad interminable. No sabía a qué estaban esperando. Quizás se habían olvidado de mí.
Cuando por fin escuché el chirriar del pomo. El ruido de unos tacones, que golpeaban el suelo de forma lenta y firme, se adentraron poco a poco en aquella singular habitación de invitados hasta frenar en seco. Le siguieron de cerca dos de los pies más conocidos, no solo en aquella comisaría, sino en toda Nevada. Él era el reputado detective Mike Cunnighan, famoso por sus cientos de detenciones, casos resueltos y su duro y audaz carácter. Era un hombre corpulento de mediana edad, de unos metro ochenta y cinco, pelo medio largo y castaño peinado hacia atrás, bigote al estilo Hulk Hogan y unas gafas de aviador con cristales de sol abatibles. Estábamos en pleno invierno, por lo que vestía una gabardina, la típica indumentaria de un detective. Sin embargo, la otra persona era una señorita que no llegaba a reconocer del todo, aunque su cara me recordaba a alguien. Por su edad seguramente llevaba poco en el cuerpo. Mediría aproximadamente metro setenta y tres, delgada, con no muchas curvas, pero las necesarias para proporcionarle un aspecto refinado. Sus mechones formaban unos tirabuzones rubios perfectos que bailaban sobre unos pechos turgentes, o al menos lo parecían tras aquella camisa. Vestía un pantalón de oficina gris ajustado, una gabardina a juego y unos zapatos negros de tacón. Su nombre era Linda Elles, pero eso yo no lo sabía.
Una vez dentro, el detective Cunnighan rodeó la mesa, se colocó al otro lado, apartó la silla, se sentó sin prisas, a su ritmo, y sacó una bolsa de plástico de su abrigo que contenía mi pistola y unos cuantos casquillos de bala. La sujetaba baja con una mano mientras la observaba con seriedad. Su compañera seguía de pie junto a la puerta.
– Buenas noches señor Luster. – dijo mientras aún posaba su mirada en la bolsa. Su voz era grave y profunda como una cueva – ¿Reconoce esto que tengo aquí? – me preguntó a la vez que dejaba la bolsa sobre la mesa.
– Es mi arma y unos cuantos casquillos. – respondí contenido, discreto, serio. Aún así  no pude evitar mirarla extrañado.
Hacía tiempo que no había tenido que usarla, por lo que la procedencia de los casquillos me era desconocida. Era muy raro. ¿Qué cojones hacían mi pistola y aquellas balas juntas en la misma bolsa? La tuve conmigo todo el tiempo. De mi boca no salió ni una palabra más. Un instante de silencio frío y tenso. Tres personas y una única salida. Tenía la sensación de estar allí por un motivo muy diferente al que debería.
– Señor Luster, los proyectiles que encontramos en la escena del crimen encajan a la perfección con su pistola. Usted es… era el guardaespaldas del señor Felton. Lo conocía bien, lo seguía de cerca, sabía qué hacía, dónde lo hacía y cómo lo hacía. ¿Qué pasó? ¿Fue por una causa personal? ¿O más bien un tema de trabajo?
Ni una palabra, ni un gesto, nada que decir. Solo una mirada fija e imágenes borrosas que centelleaban en mi cabeza. Imágenes que no terminaban de coger forma, el delirio de una noche psicotrópica y mucho ruido. Una mezcla de calor y frío.
– ¿Qué le empujó a hacer tal cosa?
Subía por mis pies un fuego abrasador que se extendía hasta mis puños y hacia mi cuello. Nada, no hice nada.
– ¿No piensa decir nada?
Estaba encerrado, a mi alrededor las paredes se estrechaban. No podía hacer nada para cambiar la situación. No tenía nada que decirle. No tenía nada.
–A lo largo de mi carrera he visto cosas muy extrañas, señor Luster. Me pregunto por qué llamó a la policía.
Nada.
El detective, sin dejar de clavarme sus ojos, sacó un cigarrillo del bolsillo derecho de su gabardina, y lo colocó en la boca con tranquilidad. Su espalda descansaba despreocupada en el respaldo de su silla. Sacó una cajetilla de cerillas del bolsillo del otro lado. Su serenidad me interrogaba con más fuerza que sus palabras. No le corrió prisa encenderlo. Los restos quemados los tiró hacia la mesa. La primera, intensa y prolongada calada dejó una neblina que flotaba entre el detective y yo, una bruma diluida que únicamente se dejaba ver bajo la columna de luz que desprendía la lámpara.
– ¿Dónde estuvo la noche del crimen?
El humo seguía ondeando entre nosotros. Nada más.
– Imagino que tendrá algo que decir, aunque no sea a su favor.
– Lo siento Cunnighan, lamento decirle que en estos instantes no creo que esté en situación de poder ayudar a nadie.
No hacía falta decir nada más. No lo necesitaba, era un hombre inteligente.
Recogió la bolsa con la misma tranquilidad con la que se sentó. Se levantó y se acercó a mi lado, erguido, posando la yema de los dedos sobre la mesa. Permaneció durante un corto instante. Se fue de la habitación tal y como vino, seguido de su ayudante.
Me esperaba una velada acogedora en la comisaria con la hospitalidad propia de la casa. Estuve dándole vueltas una y otra vez a los hechos. Seguía sin tener nada en claro, destellos y ruidos. En la pared, escrito a rayón limpio, se leía una palabra cálida como una noche de navidad junto a la chimenea, VENGANZA.